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ENIENDO, como suele tener el ser humano,
cinco dedos en cada una de sus dos manos, lo que hace un total
de diez, de los que desde tiempo inmemorial se vale para contar,
es lógico que nuestro sistema numérico tenga al número diez por
base desde hace muchísimos siglos, aunque hay excepciones, como el ingeniosísimo sistema vigesimal maya, que sólo usaba tres signos básicos para representar los números. La decimalización de los
sistemas monetarios es, sin embargo, muy reciente, sobre todo en
lo que llamaremos, a falta de mejor denominación,
‘decimalización física’, por contraposición a la meramente
contable. Esta última, consistente en dividir la unidad en diez
(o más frecuentemente, cien) fracciones para facilitar el
cómputo, no surgió hasta el siglo XVIII. Hasta entonces venían
usándose sistemas tradicionales de base 8, o que se comportaban
como un sistema octal, en el que el valor de una moneda a la
siguiente se multiplicaba por dos, o también, como en el caso de
Inglaterra, un sistema que tenía una base distinta para sus
distintos tramos: 12 para el tramo de los peniques, 20 para el
de los chelines, etc., lo que permitía prescindir del redondeo
en muchísimas ocasiones, al ser el sistema divisible por los
cuatro submúltiplos de 12, por el mismo número 12, y también por
el 20 y sus submúltiplos. Es decir, el sistema era divisible por
1, 2, 3, 4, 5, 6, 10. Por el contrario, el diez sólo tiene tres
submúltiplos: 1, 2 y 5. El sistema de base 8, disfrazado o no de
sistema decimal, tiene la ventaja de que se puede sustituir una
moneda por dos del valor inmediatamente inferior.
Historia de la decimalización
Es en el siglo XVIII cuando surge con fuerza la decimalización
en todos los ámbitos: metrología, aritmética, geometría, dinero,
etc, con el ánimo de facilitar y promover el comercio y la
industria. Surgió el sistema métrico decimal, el mayor éxito de
esta campaña que inició la Revolución Francesa. Hoy es de uso
prácticamente universal, pero otras propuestas no tuvieron tanto
éxito: incluso se llegó a proponer un cuadrante de círculo de
100 gradientes, en vez de los tradicionales 90 grados. Esto
permitiría tomar como base de las medidas lineales la
diezmilésima de cuadrante de meridiano, que es igual a 1 km.
Quienes por entonces dominaban los mares (Gran Bretaña)
decidieron seguir usando el viejo cuadrante de 90 grados,
divididos cada uno en 60 minutos, que se tomaban como base para
medir distancias y velocidades: 1 minuto de meridiano = 1 milla
náutica. El sistema sigue en uso hasta hoy en la navegación
marítima y aérea y, aunque el kilómetro ganó la batalla
terrestre en casi todo el mundo, el cuadrante de 90 grados es
universal. En lo que se refiere al dinero, la decimalización,
que nació también con la Revolución Francesa, fue adoptada de
forma entusiasta en Estados Unidos, país que ganó su
independencia por aquellas fechas, y que creó una unidad de
cuenta, el dólar, dividida en 100 centavos. El dólar estaba
inspirado en el real de a ocho español, principal medio de
cambio en toda América, al que debe su composición e incluso,
según la teoría más extendida, también el símbolo tradicional
($), que sería una adaptación de las columnas de Hércules y la
cinta con la expresión latina ‘Plus Ultra’ enlazada entre ellas.
En cualquier caso, la nueva moneda convivió con las monedas
españolas y otras hasta mediados de siglo XIX. La antigua
metrópoli, Gran Bretaña, no renunció a su característico sistema
tradicional, que mantuvo hasta 1971, año en que la incorporación
al Mercado Común Europeo obligó a la decimalización, tanto
contable como física. Fue también entonces cuando se empezó a
acuñar las monedas (las de 50 nuevos peniques) en forma de
heptágono de anchura constante, adaptación de la tradición de
monedas de forma poligonal a los nuevos tiempos de las máquinas
expendedoras y tragaperras. Es de señalar que Gran Bretaña, que
en su territorio metropolitano se aferró a su sistema
tradicional con uñas y dientes, es quien más ha contribuido,
mediante las acuñaciones para sus colonias, a la difusión de la decimalización, en su doble aspecto contable y físico, por casi
todas las partes del mundo que estuvieron bajo su dominio.
‘Decimalización contable’ y ‘decimalización
física’.
Ya hemos explicado que es la decimalización contable pero, ¿a
qué llamamos decimalización física? A la utilización de valores
nominales coherentes con un sistema de base diez. Esto se
consigue haciendo que todos y cada uno de los valores nominales de
un sistema sean producto de multiplicar un submúltiplo de diez
(1, 2 y 5) por una potencia de diez (1, 10, 100, 1000, etc.), según
vemos en el siguiente cuadro:
De esta manera se consigue un sistema coherente, fácil de usar,
y que puede extenderse sin límites hacia arriba o hacia abajo
manteniendo la facilidad de cálculo, principal ventaja de la
decimalización. Se comprende, a la vista de esto, que valores
nominales como 25, ¼, e incluso aberraciones como valores
nominales mayores que 1 y no enteros, como la moneda española de
2,50 pesetas, simplemente no tienen cabida en un auténtico
sistema decimal y son pervivencias de los antiguos sistemas
octales tradicionales. Con la llegada del euro, son varios los
países europeos que tienen por vez primera un verdadero sistema
decimal, entre ellos España.
Y ¿el 3?
En los primeros días de circulación del euro ya había, al
parecer, falsificaciones. Apenas llevaba la flamante
divisa dos semanas en circulación cuando se divulgó la noticia
de que en Finlandia había sido detenido un hombre por intentar
pagar los servicios del taxi con un billete falso. Pero
esto no era la noticia: la noticia era que el billete falso
tenía un valor nominal de 300 euros. Como no existe el
billete de ese valor, el personaje fue de inmediato detenido.
La idea de hacer un billete falso de 300 euros es una estupidez,
pero el hacerlo auténtico quizá no lo fuera tanto. Ya hemos
visto que los submúltiplos de 10 son 1, 2 y 5, y que alguno de
ellos es uno de los factores que da lugar a todos y cada uno de los valores
del sistema. Esto supone que en cada tramo se pasa del
valor originado por el 2 al originado por el 5, que es 2,5 veces
mayor. Por ello, hacen falta al menos 3 monedas de valor
inferior para sustituir al 5, 50, 500, 5000, etc. Una
moneda de 5 sólo podría sustituirse por dos de 2 y una de 1.
La secuencia de Fibonacci
(1,1,2,3,5,8,13,21,etc.), en la que cada elemento es la suma de los
dos anteriores, nos da la solución: bastaría incluir el número 3
entre los submúltiplos de 10 para, al multiplicar por las
potencias de diez, generar los valores 3, 30, 300, 3000, etc, lo
que permite que en todo el sistema un valor sea sustituible por
dos monedas de valor inferior, ya que 2 + 3 = 5. El 3 no
es un submúltiplo de 10, pero es una solución menos estridente y
más 'decimal' que
las monedas de 2,50 ó 25, ya que la utilización del sistema aquí
propuesto da siempre como resultado un número entero y, salvo el
3, múltiplo de
10. El resultado es, pues, un sistema decimal y algo más.
Este sistema ya tiene antecedentes en la Rusia de épocas zarista
y soviética, donde fue muy utilizado, así como en los Estados
Unidos de América, donde se acuñaron monedas de 3 centavos entre
1851 y 1889, si bien es cierto que no se trataba de sistemas
enteramente decimales, puesto que había otros valores
absolutamente incompatibles con lo que aquí se expone.
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