El violin de una cortesan chilena
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Indice
 

 

Confesiones  intimas de los Personajes imaginarios de la obra: El violín de una cortesana chilena.

 

 

Patrona                                          8-11

Teresa                                           12-16

Dionisia                                          17-19

El violin de una cortesana chilena  20-101                             

 

 

 

 

 

La patrona
 
 



En la primavera limeña, el sol, como de costumbre, parece dormirse detrás de las nubes, ella va camino a la Universidad Católica, tiene dieciocho años, bonita, buenas piernas, caderas generosas, pechos redondos y túrgidos. Una hermosa niña que, conciente de su atractivo, sabe explotar sus mejores cualidades físicas, le gusta coquetear, pero sobre todo lo hace con los choferes de los taxis, sin saber qué razón especial la lleva a esto siente una atracción incontrolada, cada vez que se sienta en el asiento trasero descubre sus piernas  provocando al conductor. Este día un propósito claro y definido la conduce por las calles de Lima, en varias salidas de la universidad un mismo coche la lleva de vuelta a su casa, el conductor ejerce en ella sensaciones nuevas, sólo la mirada del hombre por el espejo retrovisor aumentan su libido y las noches que continuaban al viaje de regreso  la sumían en un estado febril que no había experimentado antes, ni siquiera con los compañeros jóvenes de la universidad, nadie la  había mirado de ese modo, una mezcla de lujuria y dulzura que la elevaba rompiendo con la gravedad. En este atardecer cálido espera el auto, había elegido cuidadosamente la ropa, una falda muy corta y una camisa blanca de hombre, ancha, abierta que descubre sus senos sin sostén. Corren finales de los 60, una revuelta estudiantil la obliga a salir del edificio de la universidad, a ella no le interesan las cuestiones políticas ni el dominio yanqui en Perú, ella sólo desea tomar ese auto y escapar del lugar o tal vez por motivos no totalmente concientes salir de la casa, del barrio donde está, de  la vida con la abuela materna. Sus padres habían muerto en un accidente y la historia con la abuela en esa casa del barrio de Miraflores no es del todo feliz, la universidad es un medio para justificar sus salidas. El conductor es un hombre maduro, poco atractivo, más bien feo, de baja estatura, pero ella sólo tiene presente esa mirada de ojos claros que la hechizó desde el primer momento. Un hombre extraño, de tez morena y ojos claros, un cholo peruano, pero con algún gen sajón en medio de tanto conjunto cobrizo. Eso pensó ella el día que lo conoció. El chofer conduce con rapidez como si quisiera llegar en forma inmediata, las piernas de la muchacha, abiertas con intencionalidad, la piel brillante y tersa, la camisa desprendida con un descuido aparente alteran su ritmo cardíaco, sale de la
avenida principal, ella no dice nada, el silencio es afirmación y
consentimiento. Él no da crédito a lo que está pasando, ella satisfecha con el logro de sus propósitos se inclina hacia delante y acercando su rostro al del conductor le pide que pase la dirección y la lleve hacia la playa. El aliento tibio sobre su cara alienta al hombre, en realidad la calentura ya no lo deja pensar y se deja guiar sin otro objetivo que tocar esas piernas, pegar su vientre al de ella, romperle la camisa en mil pedazos. Las luces del barrio de Miraflores comienzan a encenderse en casas y jardines, el cielo se va estrellando lentamente, una brisa fresca anuncia la  llegada a la rambla, el Pacífico besa la costa con esa metamorfosis nocturna en azul profundo y en el interior de un auto dos seres, ajenos a los ciclos naturales y las cosas, buscan un refugio en el cual puedan hacer explotar esa torrente libidinosa que los hace ciegos y sordos. Estaciona en un lugar sombrío, bajan a la playa, detrás de unas rocas se desnudan mutuamente con desesperación, ella apretada contra la roca siente la presión del cuerpo de él que actúa, por momentos como un animal, por otros con dulzura, su aliento le recorre el cuello, cuando la penetra grita de dolor y placer, la intensidad del orgasmo los deja exhaustos, se acarician con suavidad, un beso largo y húmedo da fin a tanta gloria. Se sientan abrazados en la arena, él le cuenta que es hijo de un suizo y de una nativa del lugar, se llama Gracilazo Weber Vazquez y le confiesa que se quiere ir a Suiza.

Ella lo mira con curiosidad, deseaba también irse de ahí. Lo vuelve a besar, él se tira sobre ella y los movimientos acompasados de sus vientres febriles acompañan el movimiento de las olas sobre esa playa testigo.
Pasan meses de noches febriles, la relación se afianza, un día ella  le da la novedad del embarazo, este hecho acelera los trámites de la partida. Se van a Suiza, allí, en la ciudad de Basel nace una niña a la que llaman Patrona de todos los Santos.Con un dinero ahorrado ponen un local nocturno, ella lo regentea. Este el comienzo de su vida en un ambiente diferente al universitario, el cual le calza muy bien, los días de Lima quedaron atrás, su cholo la condujo a Europa, la sacó de ese barrio que odió siempre, le hizo sentir lo que ningún hombre y ahí está ella, agradecida. El murió una noche asesinado por una banda de polacos, la niña limeña siguió sola con el negocio, mientras su hija crece en medio de las putas que trabajan en el negocio de la mujer que los hombres llaman “la peruana”.
Años más tarde fallece la madre y la Patrona de todos los Santos queda como única propietaria del burdel.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Teresa

 

Tenía diez y ocho años, llevaba pocos meses en la universidad, tenía talento para la música y una vida que se puede considerar tranquila. Mi madre se había casado demasiado joven y enseguida se convirtió en objeto casero, una mujer sin otra cosa que esperar a mi padre y abrirse de piernas: Soy hija única. Vivían para mi y estaban dispuestos a lo que fuera para darme una carrera. Mi padre un buen esposo, muy trabajador, comprometido con el hogar y amante de la moral, pero carecía de algo elemental para mi pobre madre: Pasión en el sexo. Mi padre se conformaba con muy  poco,  y hacia el amor una vez al mes. Teníamos una casita pequeña en el centro de Santiago. Ambos trabajaban, así que no pasábamos penurias, pero tampoco nadábamos en el oro. Mi padre vivía pendiente del deporte y se olvidaba de mi vieja.

 

Esta era una de las cosas que odiaba mi madrecita. Ella, en silencio, ajustaba nuestras ropas, pero planeaba algo. No podía morir sin haber vivido otras experiencias...  porque para mi buen padre el sexo fue algo muy  innecesario. Mi madre, bella mujer, era pasional al máximo, pero pocas veces había podido demostrárselo a mi padre. Sé que ella nunca sintió que estallara mi padre en la  locura del orgasmo.

 

Un día la acompañé al centro y tomamos la metro. Iba repleto. Ella me pidió que me sentará en el asiento libre y se quedó de pies.  Conversaba conmigo cuando sintió una leve presión en su espalda. Yo  la vi preocupada y levanté mi vista y vi un muchacho que presionaba contra mi  joven  madre. 

 

Qué podía hacer? Ofrecer el asiento a mi madre y tomar su lugar.  ¡No! ¡No era una buena idea! Pobre vieja no podía ni moverse de allí aferrándose más y más a mis hombros, para poder despegar su espalda del pecho de aquel muchacho. Cada paso que daba mi madre para alejarse del joven, dos daba él para acercarse.

 Mi madre me hablaba de mil cosas que yo no comprendía, tratando de alejar sus pensamientos de ese muchacho atrevido que la estaba excitando. Comprendía el calor y el hormigueo que la estaba torturando. Por un instante leía en su mirada que me pedía que yo bajara de la metro para poder ella seguir viviendo en esa marea creciente que se había apoderado de su letargo. Nunca había sentido algo parecido. El atrevido llegó a besarla hasta el cuello y muy leve comenzó a sentir mi madre al muchacho que se refregaba sensualmente contra ella.

 

Mi madre, prisionera de un fuego desconocido no me vio... ni escuchó lo que le dije... ella  tenía los ojos entrecerrados, su respiración agitada por la situación y por la excitación que le hinchaba hasta las  entrañas. Ese muchacho levantó la falda a mi madre y su mano acarició lo que mi padre había dejado abandonado.

Mi madre sentía que se mareaba levemente, pero ahora ya no podía intervenir... y bajé sola de la metro.

 

Mi vieja, con su boca seca, bajó de la metro y, de la mano del muchacho, se fue a un hotel. Nunca había tenido un vientre tan duro... como si estuviera por dar a la luz a una montaña.

 

Yo caminé mis cuadras hasta mi casa... confundida, tratando de comprender lo que había hecho... pensando en mi padre... Llegué a mi casa... y me metí a la tina... Abrí la llave del agua y me metí desnuda. Dejé que el agua tibia ahogara mi vida... y pensando en el muchacho... me sentí excitada... Nunca me había masturbado... mis manos entre mis piernas... Me dejé llevar por lo desconocido. Todo fue intenso... y deseaba tener al muchacho que había llevado lejos de su racionalidad a mi madre. La espuma se mezcló con mis flujos.

 

Mi padre... miraba la tele.  Mi madre alcanzaba orgasmos de oro... yo, exhausta me enjuagaba mi alma.

 

 

Los meses pasaron y me encontré con el muchacho de la metro dentro de la metro. A los pocos minutos sentí su pecho en mi espalda.  Esta vez pude sentir su fuerza, su aliento y su fuego. Tenía aire de lobo salvaje y eso me excitaba. Volvió a  repetir lo que hizo con mi madre y yo deje que continuara con su acoso, con su particular forma de de robarnos el alma. Esta vez sus manos se deslizaron por el costado de mi falda y sus dedos largos encadenaron mi vientre. Yo me había  humedecido completamente.  Como si estuviéramos en una cama me giro y la multitud  lejana, pendiente de otros problemas, no se daba cuenta que ese muchacho me estaba bajando mis paños menores y violaba mi intimidad.

Nunca había tenido un sexo tan pasional en una metro. El muchacho, de sexo salvaje, excitaba hasta el fierro si lo deseaba. Sus manos me aplastaron contra un tubo y apretando mis caderas con sus muslos, ya que era alto y  delgado, empezó a robarme el alma.

En menos de dos segundos sentí su espina en mi corazón. Pensé que ya comenzaba mi vida... de puta.

 

La metro siempre más repleta.... y yo, semi desnuda con mi pecho sobre  su pecho, me  sujetaba de sus espaldas y él, abandonado a su locura... había conseguido apropiarse de toda mi vida.

 

Fue algo que nunca habría hecho... y al llegar al terminar de la metro lo abandoné sin un beso o un lamento...

 

 Mi madre y yo nos compartimos el secreto... ella tuvo su amante... o amantes... y yo en la universidad terminaba mis estudios y me seducía a cada hombre que me gustara.

Con mi llegada a Suiza había contado con esa posibilidad en caso que no encontrase un trabajo normal. Me hice la idea de un salón de masajes porque sabía  que el trabajo de puta se hace con lamentos mordidas y lamidos...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dionisia

 

Hacía un par de meses que me habían puesto una argolla, después de un aborto cuyo feto era hijo de mi padre.  Era menor de edad... Visto que mi padre ya estaba en la cárcel, por el homicidio de mi madre, y yo embarazada por sus continuas violaciones, se acordó por una ley...de hacerme ese aborto.  Me tocaba control con la ginecóloga del CENTRO DE MATERNIDAD Y DIAGNOSTICO S. DE R. L. DE C.V. Honduras para ver cómo seguía de la misma.

 

La relación con mi ginecóloga  siempre había sido especial, pues desde el principio me había dado cuenta que no le gustaba. Su ayudante, un muchacho tímido... me parecía un hombre interesante y tenía para mi ese atractivo de moralismo. 

En aquella ocasión  de mi control la ginecóloga  se encontraba en una reunión.

Al llegar a la consulta sólo estaba su ayudante, por lo que supuse que él me controlaría. Mientras esperaba a que llegara mi turno se me ocurrió entrar a una sala y desvestirme.

 

Al cabo de un rato de estar sola en una camilla, llegó el ayudante y me indicó que podía seguir ahí. Comenzó con lo típico, preguntándome cómo estaba, si había tenido relaciones sexuales o  si sentía alguna molestia, etc., una vez que hubo terminado con su interrogación, le dije:

 

 

"Pues verás, yo soy una mujer joven y sexualmente horrorizada”.

Se sentó a mi lado y me contestó:

 

"No debes temer, quiero decir, que no tienes más riesgo que el que tienes sin la argolla, es decir..., ummm, digo... puedes practicar sexo hasta conmigo”.

 

Mientras me iba contestando, observé que su mirada, me observaba con mucho interés y todo me quedó claro.

 

Yo esperaba que me tocara, cosa que sucedió. 

 

Sin decir nada, se desnudó, y, cuando estuvo completamente desnudo, me abrazó y al oído me dijo: "Quieres que sea yo tu terapéutico del sexo"

 

"Pues si mijo, si me encantaría contigo.

No terminé de hablar  cuando me apretó contra si, besándome en la boca. Me violó, o no sé si yo lo violé.  Mientras seguía tocándome todo el cuerpo  besándome el  pecho, le dije que si quería de verdad mi sexo debía pagarme.

"Te pago lo que deseas, me dijo".

 

Tumbada como una muerta sentí que se acostaba sobre mi.

 Cuando empecé a gemir (disimulando ese  gusto que vi en tantos films eróticos), su boca, que hasta entonces se había dedicado a besar mis  pezones,empezó a morder como un verdadero animal.  No pude llegar ha un orgasmo... Al parecer quedé impotente o el terror... no sé... me llevó a no sentir nada.

 

Desde aquel día buscaba el hombre que me hiciera feliz... Llegué a Suiza por pura casualidad... ya que iba a Suecia... y una niña del salón me convenció de trabajar mejor en Basel.  Al ayudante de la ginecóloga lo veía tres veces a la semana... y con su dinero... pude pagar mi pasaje y convertirme en puta internacional. 

 Por publicarse...