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Avenida del Mar Cuento La
Serena, Chile, 2003. Se
puso el sol sobre las olas del mar nortino. Tras el breve crepúsculo vino
triste y pálida la tarde, en cuyos oscuros colores cayó en la sal el último poema de un pueblo soñoliento, y
la mujer siguió adelante en su vereda, disminuyendo su paso a medida que
llegaba la noche. Iba
por las veredas, esas que están al borde de las playas de la serena y el
constante rumor de las olas se alzaba como la luz pintoresca de las casas en las colinas de Coquimbo. Era
una mujer de mediana edad, de complexión indígena, pobre, fina de espaldas, tímida,
titubeante de andadura, basta de facciones, de mirar humilde y sincero, lenta, a
pesar de rostro sufrido, excelente mujer por doquiera que se le mirara. Vestía
el traje propio de los campesinos bolivianos que viajan por Chile
en busca de trabajo, con el redondo sombrero negro se cubría
los largos y negros cabellos trenzados. Se
detuvo, y mirando a todos lados de la calle, parecía temerosa y desasosegada.
Sin duda no tenía gran seguridad en la exactitud de su itinerario y, (dígase
de una vez, aunque sea molestoso) impaciente aguardaba el paso de un taxista que
le diese buenos informes para llegar pronto y derechamente a un trabajo. “No
puedo equivocarme- murmuró. Me dijeron que
llegara a la Serena... Así lo hice. Después, que caminara por la
Avenida del Mar, siempre por la Avenida del Mar. En efecto; allá, delante de mí,
se levanta un Farol, a quien yo llamaría La vela grande del mar por el
buen surtido de luces que hay en sus potentes faros... De modo que por aquí, en
la Avenida del Mar, siempre por la Avenida del Mar. (Me encanta este nombre, y
si yo fuese chilena, le pondría Avenida de las olas del Mar”. Después
de andar unos metros, añadió: “Me
he enamorado de la serena, no hay duda que
me he enamorado... Aquí tienes, Olga
de las Vegas, el resultado de tu Avenida del Mar, siempre por la Avenida del
Mar. Estas
gaviotas conocen el amor hacia el mar. O han querido darte ese amor a ti, o
ellas ignoran dónde está Bolivia. Un gran
empleo de maestra de historia ha de llegarte con buen salario, vacaciones, un
marido, hijos sanos, buenas empanadas rociadas con un buen vaso de vino tinto, y
yo no pierdo la esperanza, ni lloro, ni echo de menos mi pobreza... ¡Qué
silencio! Si yo creyera en cuentos de hadas pensaría que el mar me regala 60
olas por minuto: Sesenta olas contadas y recontadas y creo que
me honoran al ser presentada a las gaviotas y a la gran vela del mar...
¡Llegué!, ¿Pero no hay gente en esta Avenida del Mar?... Aún falta media
hora para la media noche. ¡Ah, silencio, tú no tienes la culpa de estos
desiertos!... Si al menos pasara un taxi... ¡Pero qué más puedo pedir! - al
decir esto hizo un gesto de mujer valiente que desprecia los peligros -. Olga de
las Vegas, tú que hay recorrido millas y millas, ¿te acobardarás ahora? :
adelante por la Avenida del Mar, siempre por la Avenida del Mar. La ley
universal de los taxis no puede fallar ahora. Por
grande que fuera su confianza e intrepidez, al fin tuvo que convencerse. Las
veredas, que al principio eran tapiz de flores, ahora empezaron a ser negras; y al fin, completamente negras, que
Olga se encontró dentro de un ataúd de cemento. “
Qué situación!- exclamó, sonriendo y buscando en su sabiduría toda
contrariedad de enojo -. ¿En donde te encuentras, querida Olga de las Vegas?
Esto parece cementerio de almejas. ¿Ves un taxi? Nada, absolutamente nada; pero
las flores han desaparecido, las gaviotas duermen. Todo es aquí mar y gaviotas,
teñida por la luz del faro... Sin dudas estoy despierta; pero ni alma viviente,
ni luces en las casas, ni ladridos de perros, ni barco que navegue, ni siquiera
un gato que haga el amor con la luna... ¿Qué haré? ¿Hay por aquí otra
vereda? ¿Cambio? ¿Perderé mi vereda?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo! O yo
dejo ser Olga de las Vegas, o encontraré ahora mismito un empleo. Por la
Avenida del Mar, siempre por la Avenida del Mar. Dio
un paso, y hundió en la frágil flor de la tierra sus pies chiquitos. “
¿Esas tenemos, amigas plantas?... ¿Conque quieren ustedes comerme?... Si esa
estrella quisiera alumbrar un poco más, ya nos veríamos los ojos usted y yo...
Parece esto el cráter de un mar en amor... Hay que caminar suavemente por tan
delicioso camino. ¿Qué es esto? ¡Ah!, Una jaiba. Magnifica araña de mar”. Olga
de las Vegas se sentó tranquilamente, como podría haberlo hecho en el banco de
un paseo en Bolivia; y ya se disponía a dormir, cuando sintió una voz... Sí,
indudablemente era una voz de un taxista. Una voz de muchacho joven, mejor dicho,
alegre, formado de un acento de la serena, cuya última cadencia era corta y
se apagaba como un fósforo en medio de un viento. “Vamos-
dijo Olga de las Vegas, llena de alegría -, humanos. Ese es canto de un joven;
Sí, es voz de un muchacho, y es preciosa. Me gusta como hablan los chilenos.
Ahora calla... Ya hablaba de nuevo. ¡Qué voz tan varonil, qué acento tan
conmovedor! Creeríase que sale de los mares y que Olga de las Vegas, profesora
sería, va andar en conversaciones con fantasmas, olas, almejas, jaibas, y toda
clase emparentada con lo que vive
en las profundidades del mar... ; La voz del muchacho se aleja. “
¡Eh, nene, espera, detén tus pasos” La
voz, que durante unos breves segundos había regado con adorable acento el
oído de Olga de las Vegas, se iba perdiendo en la inmensidad de las olas,
y a los gritos de Olga de las Vegas, la voz se extinguió completamente. “Esta
es una situación especial- murmuró Olga de las Vegas, considerando que no podía
hacer mejor cosa que sacar un
charango de su mochila y dar a la noche otra melodía. Aguardaré tocando. Me he
lucido con querer viajar sola por la serena. Mis notas llegarán a cada oído,
lo que prueba de un modo irrebatible las ventajas del, siempre por la Avenida
del Mar, siempre por la Avenida del Mar”. Se
movió una fina brisa. Olga creyó de sentir toses lejanas en el fondo de aquel
inmenso mar y supuesto paraíso desaparecido. -¡Muchacho,
mujer o quienquiera que seas!, ¿Se puede conseguir trabajo por aquí en la
serena? No
había concluido, cuando se oyó el fino canto de una gaviota, y después una
voz de muchacho, que dijo: -¡Cantan
mis gaviotas, cantan! ¡Eh!-
gritó Olga -. ¡Buen muchacho, tus gaviotas son canto de comunión! -¡Canten,
gaviotas, canten! Olga
vio que se le acercaron centenares de gaviotas; los volátiles, después de
cantar junto al muchacho, entraron a las aguas del mar, ordenadas por su amo. En
tal punto y momento la viajera pudo distinguir una figura, un muchacho que,
paralizado y sonriente, cual muñeco de vitrina, estaba en pie a distancia como
tres metros, más cerca del mar, en una concha de almeja grande como la de un
bote de pescador. Este cuadro y la humana figura sobre la concha
llamaron vivamente la atención de Olga, que, dirigiendo humilde mirada
al cielo, exclamó: -¡Gracias
Dios! Al fin veo al muchacho. Ya podemos saber donde encontraré trabajo. No
pensaba yo que tan cerca del cielo existiera la serena. ¡Pero si es una ciudad
perdida... ¡Hola, amiguito!, ¿Puedes decirme si puedo encontrar trabajo en tu
ciudad? - Sí,
señorita; esta es la ciudad del trabajo, aunque estamos en marzo. La
voz del muchacho era agradable, y resonaba con el simpático acento del nortino
que indica una disposición a prestar buenos servicios con toda la voluntad y
cortesía. Tanto
gustó a Olga oírla, y más aún observar los dulces ojos que, confundiéndose
con las luces del farol, hacía diamante cielo mar y tierra, cual si los sacara
de la leyenda de Juan Soldado. (Nos
cuenta la historia de Juan Soldado, un joven buenmozo y muy humilde que se
enamora de la única hija del rico cacique de la ciudad. Pese al enfático rechazo de su padre, la
chica se enamora de Juan Soldado y decide
casarse
con él. Justo en el momento en que el cura iba a dar inicio al sacramento, en
la iglesia se comenzó a sentir un fuerte alboroto. Todos los presentes
comentaron que se acercaba a la ciudad el padre de la novia, con la firme
intención de matar a los futuros esposos para luego, incendiar y destruir toda
la ciudad. Nadie sabe qué, ni cómo pasó, pero el asunto es que cuando el padre
enfurecido pisó los alrededores de la ciudad, ésta de pronto se desvaneció,
se esfumó. Acompañado de sus soldados recorrió a caballo montes y praderas, pero todo
era un peladero. La ciudad no estaba. Había desaparecido). Cuentan que, a veces, por lo general los sábados, las personas que pasan
cerca del lugar donde estaba emplazada dicha ciudad, se escucha música y
canciones. Otros dicen que para Viernes Santo la ciudad se hace visible a los
que la contemplan desde lejos, pero la imagen comienza a desvanecerse en la
medida en que la gente se acerca a ella). Gracias Dios- dijo, Olga-. Me parece que acabo de
entrar en el caos de una leyenda. -Sí, señorita; pero hoy ha encontrado trabajo. Suba a mi barca porque
en los fondos del mar necesitamos su canto. Olga entró cantando y sonando unas notas de charango a la inmensa concha. Los
marinos narran que en las noche de
truenos y relámpago aparece en medio de los mares una perla de cabellos negros
y charango y canta
en medio de las olas antes que el mar se trague los barcos de los
pescadores. Godoy |